clowns-hoy-guillermoGuillermo «Toto» Castiñeiras

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(…) El payaso teatral me parece más estilizado y el circense me parece más grotesco. El clown me remite a un trabajo más estilizado, de otra poesía, más romántico, y el payaso al gritón, al circo, el grotesco…

Para mí, eso es claro cuando dirijo y pido «más payaso»: la proyección se hace mucho más grande, tres veces o cuatro veces más que la que están haciendo. Entonces, lo veo claro: al payaso se lo relaciona con el circo, con una cosa mucho más grande – más grande a todo nivel: a nivel plástico, literario, musical, todo.

Y al clown lo relaciono con el de cara blanca, el que es más sutil, con el payaso de cámara. Falta uno en este esquema, el serio, el que está allí para que todo funcione.

(…) El clown tiene todas las voces, todas las corporalidades, todas las habilidades. Por eso es tan difícil también de encontrar y de ver: porque tiene todas las emociones. Y un clown teatral, un clown actor, más todavía.

(…) El estado ideal de un clown es de despojo absoluto y de conocimiento – por eso digo que los clowns son gente grande. Yo tengo la experiencia de estar ahora trabajando con Ana, que es una mujer de 60 años, y en los otros espectáculos que dirigí también fue convocar a gente grande, ponerles la nariz y sentir que no había que enseñarles absolutamente nada. Me pasó el otro día en la muestra de Cristina Martí, de Los No Perecederos: al final del espectáculo entró Ana y yo me dije que eso era absolutamente necesario, porque eso estaba vacío, y tenía que entrar ella para que todos entendiéramos qué es un payaso. Es ese estado de conocimiento, de poder plantarse, no hacer nada más que estar parado y mostrándose. Y es un lugar de complicidad absoluta con todas y cada una de las personas que están ahí. El clown es un estado de alerta. (…) Ana está en un momento de su vida donde no tiene nada que perder, y se puede despojar de todo. Lo mismo me pasaba con otras actrices, gente con muchos años de teatro, que yo convocaba, se ponían las narices y tenían la capacidad de despojarse de todo. Creo que tiene que ver con el ‘ya no hay nada que perder’, o sea, qué me importa que me vean. En cambio, uno que es joven tiene mucha más autocrítica, es mucho más egocéntrico, más histérico, todo eso que no es el clown.

(…) Todo lo verdaderamente clownesco tiene que ver con la desgracia. Tiene que ver con las características personales de uno, y siempre esas características personales son las que a uno lo vuelven ridículo. No hablo de las características graciosas, sino de las desgraciadas. ‘Yo tengo este problema y es una desgracia, porque me encantaría ser hermoso, pero tengo este problema’. ‘Yo soy súper celoso, y es una desgracia, porque me encantaría no estar pensando ahora qué está haciendo el amor de mi vida, pero no puedo.’ (…) Eso es básico. Es el punto débil, el que uno tiene que registrar antes de salir a actuar. Ese conocimiento es el que a uno lo pone en tierra y le permite pensar ‘estoy dispuesto a salir porque sé que hoy tengo un dedo lastimado o que tal cosa horrible me pasó en el colectivo’. Se sale con eso y, si no está eso, no hay clown. Por eso te digo que hay muy pocos clowns, y quizás tenga que ver con la edad: los clowns que me emocionaron son personas grandes, que quizás tengan más conocimiento o más desgracia, más fracaso encima. Uno, a esta edad, todavía tiende a pensar que puede llegar a ser exitoso, todavía tiene esa ilusión. Pero el que es grande ya sabe.

Texto extraido de http://blogomayoneso.blogspot.com.es/p/que-es-el-clown.html