Payasos sanadores
por Eduardo Angulo Pinedo

Fue Thomas Sydenham, eminente médico inglés que vivió en el siglo XVII, quien escribió aquello de que más valía, para la salud de una aldea, la llegada de un payaso genial que veinte asnos cargados de medicinas. Es evidente que la relación entre payasos, en el fondo, del humor y la alegría, con la salud viene de lejos y, además, de la mano de gente ilustre. Hay quien asegura que ya Hipócrates recomendaba el humor como terapia curativa. En nuestros tiempos esta práctica terapéutica con payasos se formalizó en 1986 cuando, de manera independiente, Karen Ridd, conocida como Robo el Payaso, en Canadá, y Michael Christensen, payaso del Circo de la Gran Manzana, de Nueva York, comenzaron a visitar hospitales, vestidos con sus disfraces y provocando carcajadas y alegría. Ahora, la terapia con payasos se define como la adaptación de las técnicas de los payasos típicas del circo a un contexto de enfermedad, para mejorar el ánimo y el estado mental de los enfermos y, también, de quienes les visitan, acompañan y cuidan.

Como primer ejemplo de la relación entre payasos y enfermos, sobre todo con niños, nos puede servir el caso de Nicolás, un niño de seis años, que nos cuentan Alberto Dionigi y sus colegas, de la Universidad de Macerata, en Italia.

Nicolás tenía leucemia mieloide aguda y fue hospitalizado para un trasplante de médula. La estancia duró 44 días y, más adelante, volvió varias veces en estancias más cortas. En sus primeras visitas al médico estuvo serio y taciturno. Su madre explicó que no solía dar confianza a extraños. En sucesivas visitas empezó a estar enfadado, con lloros, gritos y culpando a su madre de todo lo que le ocurría. El psicólogo del hospital decidió llamar a los payasos para distraer y calmar a Nicolás.

Nicolás gustó de la presencia de los payasos y era capaz de pasar más de dos horas con ellos, olvidando su enfermedad y el lugar donde se encontraba. Después de la primera visita, era el mismo niño quien pedía que vinieran los payasos y estos se reunían con el chaval una vez por semana, lo que le permitía aliviar su estado emocional debido a su salud. Una vez dado de alta, en sus visitas posteriores de revisión siempre le acompañaron los payasos. Después de siete meses, Nicolás empeoró y el personal médico comunicó a la familia que no podían hacer más por él.

Durante su hospitalización, Nicolás tuvo la oportunidad de sentir su enfermedad de una forma más evidente. Y los payasos, que no le podían curar, le ayudaron a enfrentarse a la adversidad y a aliviar su estado emocional cuando comprendió lo que significaba su enfermedad. Nicolás quería tener la compañía de las narices rojas durante su último viaje, así a los educadores que le habían ayudado.

Durante su tratamiento, Nicolás trató de montar un dinosaurio que, por piezas, venía con una revista semanal. Desafortunadamente, en los últimos días de su vida, Nicolás no lo logró terminar ya que le faltó la última pieza que faltaba. Era la piel del dinosaurio. Nicholas sabía que nunca podría completar el juguete, y se sintió disgustado, ansioso y enojado. Debido a la situación, los médicos payasos decidieron hacer un juego con Nicolás Entre todos crearon una nueva piel utilizando la arcilla. Los payasos, la familia de Nicolás y otros niños del se dedicaron, durante un par de días, a la búsqueda de la arcilla, a manipularla, colorearla y de montarla en el dinosaurio. El último de la vida de Nicolás cerró los ojos mientras abraza el dinosaurio completo. En ese momento, el juguete se convirtió en una representación amplia y significativa para la familia en su proceso de duelo. Para la familia, el dinosaurio se convirtió (y aún lo es hoy) el recuerdo de Nicolás.

El papel de los payasos, como se ilustra con este ejemplo, no era curar o tratar al niño. El trabajo de las narices rojas consistía en convertir la enfermedad en más aceptable y cambiar el estado emocional del niño y de su familia. Los payasos no son médicos, son intérpretes de emociones.

Unos meses después, el mismo grupo de Alberto Dionigi trabajó con un grupo de 77 niños, de ellos 41 son chicos, con una edad media de 5.8 años y un rango de 2.1 a 12.5 años. Todos son ellos pasan por cirugía de otorrinolaringología. Se dividen en dos grupos, unos con payasos y otros sin payasos, siempre acompañados de sus padres, en la habitación en la que esperan antes de ir al quirófano. Antes y después de la operación pasan un examen sobre su estado de ansiedad, con datos de expresividad de emociones, vocalización, recurso a los padres y otros apartados. De los 77 niños, 52 están con los payasos y con sus padres y 25 solo con sus padres.

Los resultados demuestran que los niños sufren menos ansiedad, tanto antes como después de la operación, si han estado con los payasos. En cambio, en los niños sin payasos la ansiedad crece durante todo el proceso, incluyendo después de la operación. Por cierto, incluso más ansiosas que sus hijos están sus madres tanto antes como después de la operación.

*Dionigi, A., R. Flangini & P. Gremigni. 2012. Clowns in hospitals. En “Humor and Health Promotion”, p. 213-228. Ed. por P. Gremigni. Nova Science Publ. New York.

*Dionigi, A., D. Sangiorgi & R. Flangini. 2013. Clown intervention to reduce preoperative anxiety in children and parents: A randomized controlled trial. Journal of Health Psychology DOI: 10.1177/1359105312471567

Fuente: http://blogs.elcorreo.com/labiologiaestupenda/2015/05/18/payasos-sanadores