Durante un tiempo fue común que los relojes de artesanía lucieran una advertencia en latín, ‘mors certa, sed hora incerta’, y no era por ganas de amargar. Eso de que la muerte llegará, pero que no se sabe cuándo, no era por dar yuyu cada vez que se miraban las agujas, sino que era una invitación en toda regla a disfrutar la vida. Es con este ánimo que comienza esta excursión al número 6 de la calle de Rauric, sede desde 1838 de El Ingenio, una tienda única en su género, que se sabe que apura sus últimos días desde que los barceloneses descubrieron que uno de los precios a pagar por ser el acabose en esto del turismo internacional era la defunción de decenas deestablecimientos icónicos.

Algunos desaparecieron ya por culpa de alquileres inasumibles. Otros, porque pasó su hora. Lo de El Ingenio es más inusual. Ahora que ha terminado el carnaval, bajará definitivamente la persiana porque su dueña, Rosa Cardona, la mujer que todo nieto querría por abuela, no ha encontrado a quien traspasar con garantías el negocio. No solo buscaba un buen gestor, que de eso sí que hay, sino a alguien que además tuviera buenas manos artesanas en la confección de cabezudos de papel maché. Alguien que reuniera esas dos aptitudes, no lo ha hallado.

PRONTO

No hay día decidido aún para poner fin a la larga vida de El Ingenio, ‘mors certa, sed hora incerta’, pero los carteles de liquidación de existencias y algunos huecos en las centenarias estanterías del local invitan a pensar que las luces se apagarán, ahora, sí, muy pronto. Lo que toca, pues, es disfrutar de una penúltima visita a esta cautivadora tienda, de la que se suele destacar su larga vida (178 años son muchos) y se ignora (es solo una teoría, improvisada aquí con intrepidez desmesurada) que está viva, como una casa encantada, sí, como un…

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