Hace 30 años, dos centenares de vecinos de Barcelona se rebelaron contra su destino y desmantelaron una fábrica que envenenaba su barrio. Sobre ella construyeron un ateneo popular. Después vendría la escuela de circo, la integración de los nuevos inmigrantes y el trabajo social. Éste es su presente

Otro mundo es posible? No pensaba volver a escribir ese lema, tan manido. Cualquier día saldrá en un spot publicitario, como aquel pobre poema del hoy te quiero más que ayer, pero menos que mañana. Cambio de idea. Conozco un lugar donde otro mundo es posible. Se llama Nou Barris. Una confederación de barrios en el trastero de la metrópoli catalana. Invisibles desde el centro, los antiguos arrabales de barracas, escalando las laderas de los cerros, con los índices de inmigración más altos, son hoy el mejor observatorio social, escenario de una trepidante vida cultural, y un modelo de integración para Europa.

«Lo primero que aprendimos fue a andar con zancos».

Aquí, en lo más alto, retumba con todo su sentido el testimonio de Juanillo, el botones de banco que hoy preside el ateneo de Nou Barris y dirige el gran espectáculo del Desastrosus Circus: «De repente, veías a tu lado a uno de los matones de las pandillas que en otra circunstancia te habría acojonado. Estaba allí a tu lado, también con zancos. Los chavales iban en zancos montaña arriba, para que los vieran en sus casas, y bajaban a toda hostia. En Barcelona había muchos artistas callejeros. Circo en pequeño formato. Y no guardaban sus saberes. Los compartían. Hacíamos a mano las bolas, los aros y las mazas para los malabares. El día que quise aprender con el monociclo, acabé con los huevos morados, pero aprendí. Y así todo. Luego fueron llegando los extranjeros al descampado. Había un maestro procedente del Circo de Moscú. Tenía una hernia discal. Nos enseñó todas las técnicas que sabía. Era un fenómeno del trapecio Washington, en el que llevas a otra persona encima. Venía gente así. Nos enseñaba. Podíamos acabar de yonquis. Parecía que ése era el destino. Fíjate en esos bloques de viviendas. El puto caballo se llevó a 30 chavales. Pero nosotros nos subimos a los zancos. Y corrimos más que él. ¡Joder, qué suerte, por una cabeza!».

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