El sombrero y el bastón de Charlot quizá no serían universales si Chaplin no se hubiera cruzado en su camino con Marcelino, el primer payaso global. Dos libros y una exposición rescatan de un injusto olvido la figura de Marcelino Orbés Casanova, (Jaca, 1873-Nueva York, 1927), un ‘clown’ genial que ascendió de la nada al Olimpo circense. A los noventa años de su tristísimo adiós -se pegó un tiro-, se reivindica el genio del «príncipe de los payasos», «el mejor del mundo» para el genial histrión Buster Keaton.

El periodista de ‘Heraldo de Aragón’ Mariano García averiguó en 2004 que Marceline -así se anunciaba- nació en el Pirineo de Huesca. Niño acróbata, Orbés trabajó en el Circo Price de Madrid y el Teatro Alegría de Barcelona. Con veinte años era ya un gran payaso augusto -el bonachón- que paseó su talento por Ámsterdam, París y Londres, donde hizo debutar a un joven y desconocido Chaplin. Llegó a Nueva York como un ídolo de masas. Silbando y sin pronunciar palabra, atrajo multitudes durante años, hasta que el circo dejó de ser el mayor espectáculo del mundo. Su estrella se apagó, como los astros del cine mudo.

Antes, su luz iluminó a Chaplin, quien se miró en el aragonés para crear a su vagabundo con bombín y bastón. Keaton dijo de Marceline que era «el mejor payaso que vi jamás» y Cary Grant recordó con ternura como actuó con él en el Hippodrome de Nueva York cuando el actor tenía 14 años.

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