Vanina Grossi no sabía que Robin Williams había protagonizado una película sobre Patch Adams, pero sí había visto el documental del célebre médico titulado “Clownin’ Kabul” (un juego de palabras entre payaso en Kabul y payaseando en Kabul). Lo vio cuando tenía 23 años, en un curso que fue a hacer a México, y quedó marcada de por vida. Hoy por hoy, se refiere a su amigo Adams como el Loco, cuenta que hablan por teléfono y viaja con él por distinto lugares del mundo, en donde buscan dibujarle una sonrisa a gente que se encuentra enferma y castigada por la guerra.
Nacida en Villa Ballester, Grossi es actriz y titiritera. En el año 2007, conoció a Patch Adams en Perú, durante un encuentro de payasos. “Me vio haciendo títeres de papel en Belén, en plena selva, y fue una especie de amor a primera vista”, recuerda.

A su vuelta a Buenos Aires, abandonó la carrera de Psicología y se metió de lleno en el teatro. Allí se fue dando cuenta de que esta actividad no era algo que le hacía bien a ella solamente, sino que también levantaba el ánimo de los demás. Pero la tragedia la sacudió durante este proceso, ya que a una amiga suya le diagnosticaron cáncer y otro amigo murió a causa de una enfermedad.Pero, como dice el dicho, no hay mal que por bien no venga: “Pasamos por situaciones difíciles, que nos llevaron a estar metidos en un hospital. Como artistas, nos preguntamos qué podíamos hacer para que ese momento fuera más ameno. Así, con dos amigos creamos el proyecto de Titiribióticos, subvencionado por la Comedia de la Provincia, y con el que siempre andamos con algunos problemas por cuestiones políticas, pero con el que sigo. Gracias a esto, armé una valija con la que logré tener un espectáculo y un taller móvil para 50 personas. Esta es una idea de teatro de pequeños formatos que hizo que Patch decidiese llevarme a viajar por todo el mundo como parte de su staff”.
“Con Patch no hay reglas -señala Grossi-. Cada situación es distinta y vamos probando. Para mí, lo más difícil fue ir a Siria y a Palestina. A la guerra”, relata. “Viajamos a Siria y fuimos a dos campos de refugiados en los que había entre 500 y mil personas. Nos metimos en las carpas y nos encontramos con gente que lo único que hace es esperar. No trabajan ni les dan herramientas para que puedan hacer algo. Lo único que hacen es esperar en el desierto que la guerra termine”, retrata los horrores de esos lugares.

Tras ese viaje inicial con Patch y gente de su equipo, al año siguiente le tocó encarar la travesía en soledad: “Un año después fui sola a Palestina, a la casa de una familia musulmana…

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