El payaso del siglo XXI
por Jordi Jané
Supongo que estaremos de acuerdo que la reacción más usual provocada por un payaso es la carcajada. La risa es una expresión fisiológica espontanea, primigenia y rica en propiedades terapéutico-medicinales, que vendría provocada -según Claret Clown- por la falta de armonía entre la causa y el efecto en una situación determinada. En 1905, Freud afirmaba: reimos de los payasos solo porque sus movimientos y reacciones nos parecen incongruentes y desproporcionados. Pero de Freud hasta ahora ha llovido mucho y los mismos payasos se han encarregado de precisar que su impacto comunicativo no es solo la risa.
Tortell Poltrona -que es un señor que piensa- sostiene que el payaso es un trabajador de la cultura, de la paradoja, que juega con los conceptos hasta compaginarlos para podérselos mirar desde otros ángulos. De hecho, el mismo Freud ya admitía unos ciertos mecanismos de conexión intelectual entre payaso y público y, por otro lado, monstruos como Grock, Fratellini, Rhum, Popov, Colombaioni, Dimitri o Rivel han tenido bastante intuición y sensibilidad por, a además de hacernos reir, sabernos pinchar el alma en direcciones diversas y a diferentes profundidades. Como también lo han hecho en el cine, las variedades y el teatro, fenómenos como Keaton, Charlot, Jerry Lewis, los hermanos Marx, Louis de Funes, Jacques Tati o Dario Fo.
Maquillados o no, con nariz postiza o sin, mudos o locuaces, solos o en compañía, en este siglo ha habido payasos que han conseguido la categoría de artistas. Su secreto ha sido, sencillamente (!), haber sabido conectar directamente con la psique y los sentimientos del auditorio y, muy a menudo, haberle movido el universo emocional sin pasar forzosamente por el intelecto. Acabo de poner al mismo nivel a payaso y artista. Si, como Aristóteles, quisiéramos entender el arte como aquello que agrupa elementos de la realidad y los recrea en otro plano, los payasos serian artistas. Si el arte es alguna cosa situada en un estado diferente del real cotidiano, y esta cosa nos hace profundizar en el territorio de la realidad sensible (Schiller), es incuestionable que el payaso hace arte. Si entendemos la abstracción como forma artística, el payaso es artista porque puede llegar a extraer conceptos, fagocitarlos a su manera y servirnos el resultado en forma de espectáculo. I si, encima, este payaso tiene la rara capacidad de destilar migajas -o toneladas- de cualquier forma de poesía, su comunicación con el público puede conseguir cotas de auténtico escalofrío. Claro que, para abrazar tan acho espectro de registros humanos, el payaso -el buen payaso- ha de ser forzosamente un espíritu libre y positivo, sin sujeciones temporales, abierto y receptivo al mundo como una antena parabólica en «stand by» permanente.
Pierre Etaix y Annie Fratellini confesaban que ser payaso es un estado del espíritu, pero también un oficio. Un estado duro, un oficio duro. En efecto, un payaso tiene que ser un artista completo y polifacético: suponiéndole el don y la vocación, ha de poseer todavía un acusado sentido de la observación y una capacidad globalizadora y de síntesis, ha de tener sensibilidad, técnica y oficio para vehicular su idea y su sentimiento sirviendose del cuerpo, el gesto y los accessorios que manipule. «Un buen payaso es el compendio de todo» solía decir sencilla y misteriosamente, Charlie Rivel. Convendrían nuestros contemporaneos David Larible, Jango Edwards, Tortell Poltrona, Gougou el Sosman, Laura Herst, Avner, Extra Nix, Buffo, Le Trio Déconcertant, el mismo Monti y un numeroso ejército de payasos que, como ellos, fueron amamantados durante la post-resaca del 68 y subidos con, entre otros requisitos, Breal & Puppet, Living’Theatre y Grand Magic Circus.
El payaso contemporaneo sabe que ahora, más que nunca, le hace falta imaginación y osadía creativa. Sus antepasados habían cambiado la calle por la pista de circo -de donde más tarde se escaparían para explorar el cine y el music-hall. Hoy el payaso se diversifica en nuevos ámbitos para continuar la evolución (como los televisivos Mr. Bean o Toni Albà) y, a la vez, recupera cualquier espacio urbano (calles, fábricas, supermercados o estaciones de metro son sitios que ya se comienzan a habituar a sus incursiones). Pero siguiendo la tradición de los ancestros, el payaso actual continua obstinado en rastrear caminos recónditos del alma humana y en pisar los callos de sus congéneres con la conciencia de empujar la humanidad en positivo. Es el «clown power» preconizado por Jango Edwards y tan ampliamente experimentado por los heroes de Payasos sin Fronteras.
El profesor de antropología Manel Delgado considera que el payaso es el chamán de la nueva tribu global. Supongo que se basa en la evidencia que, cuando lo quiere, el payaso hace pasar trozos de nuestra vida por el filtro del grotesco y el juicio bién entendido, y nos sabe devolver una imagen que, siendo siempre posible, nos llega en cambio distorsionada por miles de espejos infrecuentes. Que el cielo les de una larga vida.
Jordi Jané és escritor, periodista y crítico de circo. Cofundador de l’Associació de Professionals de Circ de Catalunya, imparte Teoria, Història i Dramatúrgia circenses en el Institut del Teatre y ha publicado una decena de libros sobre artes escénicas.
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