El teatro y el clown por Carlos Diz
Los caminos del clown: resistencia en movimiento. Juego, carnaval y frontera.
por Carlos Diz Reboredo
La nariz roja es entendida por algunos como “la máscara más pequeña del mundo”. Es el soporte, el símbolo, el elemento que comunica el mundo interior con el mundo exterior. Deja fluir a través del juego esa multiplicidad que nos caracteriza. No la buscamos fuera, no nos viene dada; la encontramos al descubrirnos a nosotros mismos.
Desde el universo del clown, de lo que se trata es de vivir las vidas de nuestros otros. Ahora bien, este recorrido de ida y vuelta entre las multiplicidades y las dimensiones del yo no olvida las permeabilidades con las que el mundo social cala en el individuo. Nuestra personalidad se moldea en función de un contexto social y de un marco cultural concreto, e incluso nuestro mundo interno (lo que escondemos o lo que asimilamos) se encuentra profundamente socializado. Emprender un camino de búsqueda interna, siempre dentro de un marco y de una época, puede resultar contradictorio con un discurso tan socializante de la existencia, o incluso paradójico al postular un itinerario individualizante del yo, mas no hace sino subrayar las singularidades y particularidades propias de cada uno, poniéndolas luego a la luz del grupo; esto es, inicia un recorrido social que tiene a la sociedad como escenario y cuadro referencial.
En efecto, bajo la premisa impartida en cursos, escuelas y festivales, según la cual “todos tenemos un clown dentro”, el encuentro de nuestro clown vendrá precedido de un camino de búsqueda y exploración. La gran diferencia con el teatro de corte más clásico es que el clown “no actúa”, dicen profesores y profesionales, sino que trata de ser él mismo. En base a la espontaneidad y al deseo, entendida la primera desde la literalidad del término latino sponte como la libre actividad del yo y como el ejercicio de la propia voluntad (Fromm, 1990/1993), el clown trata de reconquistar la libertad de jugar de cuando era niño. Pero tomando cierta distancia con la infancia que hemos dejado atrás, recordaremos que no todo en ella estaba pintado de rosa. Los caprichos, las obsesiones y los sueños chocaban muchas veces con la frustración de lo no conquistado. El mundo adulto, la norma o la moral ellaban con frecuencia los pasos que nos disponíamos a dar. Quien juega en clave clown ya no es un niño, sino alguien con los recursos y la mirada de un adulto.
El clown juega desde el humor con estrategias que no hacen sino ridiculizar y poner en duda ciertas categorías y comportamientos, códigos de conducta que dominan y definen la oficialidad: su insistente capacidad, por ejemplo, de preguntar constantemente el porqué de las cosas, sitúa al público en una obligación reflexiva, donde estados o situaciones que desde siempre habían sido interiorizados como “normales” o “naturales” son ahora puestos en entredicho, rebatidos. Podríamos, metafóricamente, jugar con este lenguaje escenográfico y, a través de un nuevo giro, decir que el clown, en su experiencia, acude a ese backstage interior (que no se ve) para llevar a la “región anterior” aquello que permanecía oculto, cohibido bajo el peso del discurso dominante, del discurso público (Scott, 2003).
Las máscaras son el puente que vehicula la socialmente pretendida unidad del yo a un espacio donde conviven en movimiento diferentes formas, estilos, cuerpos. Esa pequeña nariz roja (cuando es usada) constituye en sí mismo la metáfora de la diversidad. No se necesitan más máscaras porque el cuerpo va a jugar con múltiples formas y registros, porque lo que el público va a ver sale de dentro, y apenas necesita disfrazarse para ser manifestado. Los sombreros, los zapatos, el attrezzo, son utensilios y accesorios que, por sí solos, no definen al clown. Su verdadera definición proviene del interior, pero eso sí, un interior profundamente en contacto y conexión con el medio: un interior social y socializado.
Extraido de un trabajo de Diz Reboredo, Carlos (2011).
Los caminos del clown: resistencia en movimiento. Juego, carnaval y frontera.
Disponible en http://atheneadigital.net/article/view/675
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