Historia del payaso según el libro…
«El Maravilloso Mundo del Circo» (ya descatalogado)
Dirigido por Juan Villarín García y teniendo como asesores a Antonio Álvarez Barrios y José Vinyes.
Payasos
En la era del emperador Augusto el calendario romano poseía setenta y seis días festivos, aunque se llego a ampliar en sucesivas etapas el numero de celebraciones de este tipo, por año hasta llegar las mismas a alcanzar la suma de ciento setenta y cinco días de asueto. Los juegos atléticos y los ludes escénicos -recreaciones teatrales- era el principal motivo de estas manifestaciones en aquel periodo. Los ludes, contra la creencia extendida, no operaban dentro del pulso de la literatura dramática y solemne, sino que se sustentaban en representaciones cotidianas un tanto jocosas, que acogían a un publico poco refinado, interesado en una suerte de espectáculo parecido a lo que hoy llamaríamos pantomima. La existencia de bufones en siglos anteriores a la era cristiana queda patente en las caravanas de comediantes y graciosos que se observaban en las plazas publicas y que divertían a los espectadores con sus chanzas y agudezas. Esta moda invadió el imperio romano y los mas acaudalados patricios la mantenían con sus aportaciones. Entre los cómicos ambulantes existían bufones femeninos.
Caricatos
Al iniciar el estudio de este ciclo, el escritor italiano Indio Montanelli sitúa ya en esta fase histórica la presencia del caricato, que adquiriría mas tarde sello de tradición, una vez asentado su trabajo de origen en acciones «ordinarias y vulgares, gesticulantes y plagadas de visages (muecas)». «Roma -dice el autor citado- tuvo sus Totó -celebre cómico cinematográfico contemporáneo- y Macario en Esopo y Roscio, las vedettes de aquel tiempo, que cometían extravagancias para crearse publicidad» y que «hacían delirar a los patios de butacas con sus sketches zafios y llenos de doble sentido», por los que «llegaron a ser los niños mimados de los salones aristocráticos… ganaban un montón de millones y dejaron herencias de miles de millones. En sus compañías habían también mujeres, las girls de la época, que contribuían sin recato a la obscenidad de los espectáculos». «Mientras el teatro degeneraba de tal modo en espectáculo de variedades -prosigue el escritor- el auge del circo iba cada vez mas en aumento. Carteles murales como los que hoy anuncian las películas anunciaban los espectáculos atléticos… El día de la competición multitudes de 150 a 200.000 personas se encaminaban hacia el circo Maximo luciendo pañuelos con los colores de su equipo favorito… Caballos y jinetes pertenecían a cuadras particulares… Había que recorrer siete circuitos, o sea otros tantos kilómetros, en torno a la pista elíptica… Pero los números mas esperados eran las luchas gladiadoras: entre animales, entre animal y hombre, entre hombres… El día en que Tito inauguro el coliseo, Roma se quedo boquiabierta de admiración». Y al calor de de este tipo de galas y representaciones una suerte de graciosos, a los que alude Montanelli, se extendía por los recovecos de la festividad. Y no solo hay huellas concretas y antecedentes sobre payasos, mas o menos desdibujados, en este periodo. Este tipo de personajes aparecía en los intermedios de las atelanas (representaciones teatrales) que también gozaban de mucha popularidad en la época.
Orígenes
Platon, en su «República», lanzo invectivas contra un genero concreto de graciosos muy celebrados en las fiestas helénicas: «Aquellos que eligen por costumbre (para suscitar las risas) el imitar el mugir de las reses, el piafar de las caballerías» y otras variantes de lo que luego paso a denominarse espectáculos bufos, y de los que se conocen asimismo antecedentes en los antiguos pueblos asiáticos como China o la India. Pero acaso la noticia mas remota sobre el presunto primer payaso «fijo» de la historia, se encuentre en el Tersites de Homero, personaje que divierte a los guerreros griegos en las retaguardias de las áreas de combate. De cualquier modo sabemos de la existencia de los mimos de la antigüedad, que no eran otra cosa que una especie de imitadores jocosos, en las farsas festivas que se representaban entonces. Con la caída del imperio romano se desmoronaron las costumbres circenses y desaparecieron este tipo de espectáculos. Virgilio ha relatado las fiestas de Ager en las que personajes con los rostros cubiertos o maquillados improvisaban diálogos humorísticos y representaban costumbres populares. Estos hábitos no resurgen hasta el siglo VI con la aparición de nuevos bufones, que se presentan en las plazas publicas de Francia declamando romances equívocos en latín adulterado.
Distorsiones
Los vestigios localizados en este sentido podrían extenderse hasta la evidencia de la Tamacha, tinglado cómica que se realizaba en la antigua Persia en las plazas publicas. Y así, toda una larga lista de tradiciones y empeños burlescos, hasta lograr gestar en el habito de la tarea histriónica, la que sin duda puede ser tachada como el trabajo mas cerebral, en nuestros días, dentro del ámbito del circo. Los pioneros de este arte han sido, eran en buena parte personajes contrahechos y raquíticos, a los que aprovechados mercaderes deformaban el cuerpo, cuando niños, con aparatos mecánicos (como denunciara Victor Hugo) para lucrarse luego con la venta de estos seres deformes, muy bien dotados de agudeza para dar pronta respuesta a las chanzas de los espectadores. Se dice que con el asentamiento cíclico de la pantomima, un genero a caballo de la farsa, en el que todo se sucede y se sugiere por los gestos mímicos, nace el payaso de una vez por todas. Estas representaciones empiezan a conocerse en Italia hacia la Edad Media y los primeros nombres de actores bufos de la corriente se dan en Venecia y Nápoles, entre otras grandes ciudades de la península itálica. Los apodos de estos personajes calan enseguida en el subconsciente popular: Arlequino, Colombina, este ya de la Comedia del Arte que tan en boga estuvo en el siglo XVII, Scarpin y Casandra, entre otros. Un tal pagliaci, de quien se cree deriva la palabra payaso, seria otro de los antecesores. Eran estos excéntricos, personajes que se embadurnaban el rostro y que dejaban mover su cuerpo como si este obedeciera a caprichosos hilos superiores, como en el caso de las manipuladas marionetas. Sus trajes, de fuerte colorido, acentuaban una vistosidad rayana en lo grotesco. Actuaban con gestos torpes y tanto en el andar como en el vestir recordaban al aldeano rústico y torvo, desaliñado y malicioso. Para este tipo de representaciones existían arquetipos concretos: el enano, el jiboso, el torpe, el jactancioso y el sabihondo.
Precursores
Paolo Chinelli, uno de los primeros representantes de la farsa del siglo XVI, influyo en la posteridad (según suponen los los iniciados) hasta el punto de dotar de un sentido concreto a la voz de Polichinela. Los teatros ambulantes ofrecían espectáculos histrionicos para todo gusto y medida, sin olvidar no obstante que, en algunas piezas se daba una alta exigencia de calidad literaria que , eso si, contaba con muy escasos seguidores. La Comedia del Arte nació en Italia, hacia el siglo XVI, como nuevo estilo teatral inspirado en la atelana romana y también eran funciones que se exhibían por plazas y calles. Los personajes eran siempre los mismo y solo variaban los argumentos. Así nace el Pagliacci definitivo que (señalan algunos) fue creado por el boloñés Croce. Pagliacci era el bufón de Pantaleone y ambos estaban enamorados de Colombina. El espectáculo no tardo en pasar a Francia y a otros países europeos. En las postrimerías del siglo XVII es emblema de este tipo de representaciones el Arlequín (Arlequino), que aparece ataviado con traje a rombos de colores, una especie de tricornio en la cabeza y mandolina a la bandolera, como adorno en linea debajo de las rendijas del antifaz. La indumentaria de este personaje sufriría alteraciones con el paso de los tiempos: su ropaje se fue poblando de anchos botones y su tendencia a las prendas blancas y holgadas (ya sin rombos) emparentó con el casquete novedoso que adornaba su cabeza. Pero a este símbolo ya empezaba a dotársele en el siglo XVIII con el nombre también «reciente» de Pierrot, otro enamorado de la ya clásica Colombina.
Fiestas
Las sugerencias que a escala artística han difundido estos perturbadores del arte escénico, han sido notables. La historia les encuentra en actuaciones en solitario, en parejas o tríos, y hasta en grupos muy numerosos en los que el papel de graciosos se lo disputaban unos a otros en la escena, en la que a su vez se realizaban las mayores, absurdas, y arriesgadas cabriolas. Este tipo de fiestas jocosas crecen a la sombra de la actividad de personajes que subvencionan a las compañías bufas para asegurarse momentos de solaz y esparcimiento. Y esto, desde tiempos inmemoriales, pues se poseen antecedentes de la antigua civilización egipcia, en los que aparecen personajes rodeados de fausto, a quienes acompañan seres grotescos y deformes que están representados en posturas festivas y hasta humillantes. Son estos, antecesores de los bufones medievales que distraen a los grandes señores a cambio de las migajas que se les ofrecen tras la celebración de los banquetes. El auditorio de estos humoristas antiguos estaba compuesto principalmente por señores feudales, monarcas, cortesanos de toda laya y hasta clérigos bien situados entre los favores de las respectivas castas oligárquicas. En Inglaterra y Alemania la respuesta a los Polichinela y Arlequín se conocía en los clowns y los hans-wurst, respectivamente. Alguno de estos bufones es favorecido con galardones que le hacen remontar su primaria y servil circunstancia artística, pasando a convertirse en criados palaciegos fijos con rango oficial. Existe una larga lista de burlescos de oficio recreados a lo largo de la historia, de aceptarse los testimonios expresados en este sentido por escritorios y cronistas. El autor Alejandro Dumas cita al «payaso» Chicot (de la corte de Enrique II), y en el «Banquete de los siete sabios» de Plutarco, el papel que juega Esopo no es otro que el de mantenedor del aspecto jocoso de la ceremonia. Toda esta cohorte de graciosos oficia a escala histórica como grupo de precursores de los modernos clowns. Hasta el instrumento musical, gremializado mas tarde por los payasos modernos, se encuentra en manos de los primeros de los que tenemos noticia. Ocurre que los instrumentos se suplen o se renuevan y que los nombres de las personas que los ejecutan también varían con el tiempo, aunque sean inalterables los cometidos de unos y otros : divertir.
Payasos Modernos
Entre los siglos XVI y XVIII Pierrot sufre alteraciones y pasa de ostentar una personalidad jocosa a interpretar una seriedad acusada, aunque satírica y zumbona. El maquillaje de su blanco de su tez es reflejo, en principio, de su natural bondad e inocencia. Y justo en el siglo XVIII declina la Comedia del Arte. Pierrot es presentado entonces como un romántico enamorado de la luna, olvidada ya para siempre Colombina. De hecho, todos estos personajes murieron con la aparición del circo moderno. En el mundillo profesional existe la creencia que los iniciados consideran irrebatible: ningún payaso que se precie de serlo puede renunciar a manifestarse en algún momento como buen y preciado músico. Provocar la hilaridad con la música es harto difícil si se desconocen las posibilidades técnicas que os ofrecen cada uno de los instrumentos clásicos de la carpa, como la concertina, el acordeón o la trompeta, y por ello es necesario poseer una acentuada maestría en el manejo de los mismos. Y esta es quizá (la de la música) una de las ayudas exógenas concedidas ya en calidad de habito a los payasos, cuyo trabajo (se le advierte desde siempre) ha de basarse en la limpieza y la ingenuidad, ya que acaso se pretenda borrar por tradición de mansedumbre, esa visión o recuerdo un tanto procaz de los maestros de la risa de la antigüedad. Es decir, al payaso de nuestros días (y acaso se le resten por ello posibilidades escénicas) se le exige un buen tono moral de interpretación; es algo así como si los cánones burgueses pretendiesen imponer también sus leyes en el terreno del humor, al que se le ha querido enmaquetar o confinar en el termino «sano». GRIMALDI Se tiene noticia de que en pleno siglo XVIII los payasos ingleses presentan asiduamente fiestas de humor «blanco» y números de animales en los que utilizaban cerdos, perros, loros y papagayos. Se sugiere que el primer payaso del circo moderno, con estatuto, pasaría a ser Giussepe Grimaldi (de ascendencia italiana) de quien se decía que era «demasiado cómico», según Tristan Remy, que en su obra «Los Clowns» le alza con el titulo. Grimaldi a quien todas las antologías del circo consideran como el gran pionero de la especialidad, fue mimo, saltador y cómico en el recinto ecuestre de Saddler’s Wells. El gran prosista Carlos Dickens llego a escribir su biografía. El payaso entonces lo era casi todo el circo. Los ejercicios múltiples que protagonizaban se entrelazaban con los números cómicos y producían una variante divertida. Y así, tras el consabido saludo: «¡Como están ustedes!», que otro escritor (Edmundo Goncourt) definía hace ahora 100 años como la frase sacramental de los payasos, existe toda una larga retahíla de modalidades y nombres interpolados en ella dentro del campo de la risa. Los legendarios John y William Price, tras el indiscutible Grimaldi, renovaron el género donoso institucionalizado en el circo moderno, la música, como exponente de adobo de las carcajadas. El payaso Medrano, otra de las figuras señeras de esta disciplina, muere en el año 1912 entre aplausos e hilaridades recreadas por el mismo, en un circo parisiense que llevaba su nombre y en el que a menudo nuestro hombre interpretaba diversa piezas musicales.
Clowns y Augustos
Ya se había instalado en la pista (definitivamente) el payaso evolucionado, astuto, de la cara blanqueada -el clown- vestido con un traje rutilante adornado de lentejuelas, y su compañero el bufón, maquillado grotescamente y ataviado con ropas burdas -el Augusto-. Y se sucede en la historiografía del binomio eterno, un copioso desfile de nombres consagrados en una y otra especialidad: Antonet, el clown mas completo de la historia, forma pareja con Grock, otro genio de la risa circense, y ambos alcanzan la categoría de inmortales en la crónica del espectro que nos ocupa. La familia de lonas errantes, posee como cualquier otra disciplina sus favoritos, y a ellos se agarra la leyenda para dotar a esta atracción de antecedentes consabidos. Y nace la epopeya, la gesta de los clowns (termino este de origen ingles) que define al payaso de cara blanca, al personaje enharinado que se opone al Augusto -el payaso bobo de la nariz roja- que es el que acaba frustrado por el ingenio también un tanto estólido de su compañero en pista. Acaso en la pareja de payasos haya contenida una filosofía clara de oposición entre dos tipos humanos eternos: el soñador y el pragmático, aunque en ocasiones no se sepa bien donde acaba uno y empieza el otro, como ocurre con los bufos de las obras de Shakespeare o con el Quijano y el Sancho Panza cervantinos. A partir de 1826 las exhibiciones que brindan los payasos se adentran en nuevas modalidades. Una especie de Arlequín desfigurado se convierte en el gracioso por naturaleza, y otro personaje -el clown- es una especie de Pierrot conspicuo. Habrán nacido el tonto y el listo, el payaso de la pedantería infantil y el del ceño fruncido que (quizás por eso) utiliza cejas circunflejas.
Parejas
Y es preciso ilustrar hasta aquí, y también a partir de ahora, un resquicio de presunción para todo cuando se intuya. El circo, de ahí una de las claves de su grandeza, no posee documentación sistematizada que nos permita discernir de un modo acertado todo el poso de su trayectoria. Disponemos de antecedentes, de sugerencias, que en ocasiones superan y deslindan, eso si, los simples parecidos de la anécdota, y que quieren adentrarse en paralelismos y posibles evidencias que parecen adquirir carta de tesis. O sea, ni de los payasos ni del payaso como tal sabemos demasiado. Se tiene noticia, claro esta, de que Franconi utilizaba en su circo, tras el adoctrinamiento de Astley, personaje grotescos que provocaban la hilaridad del publico. Y desde entonces hasta hoy, los valores que el payaso aportara al espectáculo circense quedan plasmados en la indudable hondura que su presencia da a la tradición de la cartelera. No se conoce en nuestros días un espectáculo sin excentricos de este tipo, a pesar de que pueden imaginarse (y de hecho se dan) funciones concretas en las que brillan por su ausencia el trapecista o el numero de fieras. De las parejas de payasos falta decir que acaso cristalizasen por la necesidad de dialogo, porque el clown precisara de un oponente, y de ahí tal vez nació el tonto, considerado ahora como el elemento principal de la pareja, aunque los especialistas y gentes de circo conceden tal vez mas importancia al trabajo del clown que al del Augusto, y consideran al primero como el autentico payaso.
Evolución
Desde los orígenes del circo, sin embargo, parece obvio que el payaso haya estado presente en todas y cada una de las referencias mas remota de su historia. Las etapas sucesivas por las que ha ido pasando este tipo de espectáculo hasta gestar en lo que hoy se cuece bajo las carpas, no han hecho otra cosa que ir corrigiendo y lustrando la calidad de las actuaciones de estos primitivos chocarreros. El payaso, esto parece incuestionable, empezó como figura de relleno, como figura de segunda categoría, y paso de señuelo de entretenimiento a ser ente esencial de la razón circense, como demostraron en su día los antiguos clowns españoles Goro y Pujol, al igual que el Augusto Chicharito. Una de las hipótesis abiertas sobre el sentido de la palabra «clown» es que proviene del vocablo «clod», que significa aldeano. Parece que los primeros payasos de circo utilizaban grotescas vestiduras de la usanza campesina -parangón existente entre nuestro paleto sanchopanzesco medieval de escenario- y que provocaban parodias por medios simples con el fin de arrancar el regocijo evidente de los espectadores. La cabriola y el volatín, el salto y la acrobacia, se supeditaron a la larga a la conversación, y todavía hoy existen escuelas de payasos mudos o charlatanes, según la tradición exigida por determinados públicos. Del grotesco ropaje del augusto al vestuario mas elegante del clown, reina un abismo, aunque existen payasos que actúan en solitario y que utilizan un atuendo difícil de encajar en cualquiera de estas dos facetas. De cualquier modo, el clown (como en el caso de Richard, en Inglaterra) es el gracioso que las casas reales antiguas y modernas prefieren para sus fiestas chuscas.
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