Lo han oído estos meses en varios escenarios. Se lo han dicho desde la izquierda a la derecha y de la derecha a la izquierda. Porque a la hora de elegir calificativo para el adversario no ha habido distinción entre ideologías. «Payaso», se han soltado unos a otros y viceversa, dejando patente que para ellos la política es un circo. Esta comparación, este tratar de hacer de una profesión un «insulto» es lo único que les molesta a los payasos de verdad, a los que piensan que «ojalá la política tuviera los valores que hay en la carpa, los que demuestran quienes se ponen una nariz roja». Palabra de Fofito, de Amandina, de Líquido. Palabra declown.
«¿Cómo están ustedes?», lanzaban en voz alta en prime time. «¡Bieeen!», gritaban de vuelta niños y adultos. Así una vez, y otra más, hasta que todo era un chillido positivo en el aire. Ya no se escucha esta pregunta en la televisión, porque ya no salen payasos al otro lado del plasma. Y la respuesta no sería tan unánime y ruidosa, porque las cosas, para la mayoría, ya no van tan bien. Y la mentira, de decirla, se atraganta y sale en voz más baja. Tampoco los circos son lo que eran y, algunos muy famosos, triunfan sin personajes con zapatones. ¿Qué ha sido de estos profesionales? ¿Peligra su profesión? Le damos la vuelta a su mítico interrogante «¿Cómo están ellos?».
Ella, Verónica, está entregada a aliviar la estancia de los niños en el hospital, a que «conecten con su parte lúdica y saquen su lado más inocente dentro de las circunstancias duras que están atravesando». Ella -cuyo álter ego es Amandina, licenciada en alegría- tiene las manos pequeñas, el corazón grande y la sonrisa enorme. Defiende que la de payaso, aunque prefiere la palabra clown porque tiene menos connotaciones peyorativas, es «una profesión y un arte». Y está segura de que «todo el mundo lleva un payaso dentro, porque todos hemos sido niños. El problema es que lo perdemos al crecer».
Él, Julián, está empeñado en demostrar que «la formación terapéutica es clave para actuar ante niños enfermos y que el payaso no se hace: se busca, se encuentra y, luego, se es. Es un yo libre, honesto, que expresa lo que siente. Es la inteligencia emocional en estado puro». Él -Líquido cuando se pone la camiseta de rayas azules y los pantalones a juego- tiene los dedos largos, la risa tímida y la bondad por bandera. Y una misión: «generar un ambiente de magia en la habitación del hospital».
Ambos forman parte de la asociación SaniClown, que cumple 10 años de buenos ratos entre las paredes de los centros médicos infantiles. Todos sus voluntarios se forman durante cinco meses y aportan su propio material y vestuario. Verónica admite que ahora ha llegado un momento «duro», en el que «necesitamos socios y empezamos a aceptar donativos. Pero nunca cogemos dinero en el hospital. Nunca vestidos de payasos». Les preocupa «el intrusismo. Que haya personas no formadas en una habitación metiendo la pata. Y hay un montón, gente que se pinta la cara y cree que basta con eso. Es un horror».
En teoría son los servicios de atención al paciente los que deben controlar la calidad de la animación que prestan. «Pero es complicado», reconocen. Mientras que en España «nadie concede demasiada importancia a lo que hacemos», Verónica explica con su acento argentino que en Buenos Aires «aprobaron una Ley que obliga a la incorporación de los payasos al sistema de salud». Una norma por la cual los especialistas del clown se integran dentro del equipo médico porque, según dijeron al promulgarla, «el ingreso es un proceso traumático y es más difícil de sobrellevar para los niños. Pero esto cambia cuando se usa la mirada delclown».
B., ocho años, les cuenta a Líquido y Amandina desde una cama del hospital Niño Jesús de Madrid que mamá siempre le despierta «con cariñitos». Y se revuelve entre las sábanas blancas para imitar cómo se despereza a diario. Ellos aprovechan la intervención para seguir por ahí. «Siempre vamos en pareja e improvisamos según la reacción del niño. Hay que ser un poco psicólogo y saber que están muy contenidos y hay cosas…
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