LIMA, PERÚ

Pese a que no abundan los contratos para Ricardo Farfán, un payaso de 91 años, él sigue levantándose apenas amanece, se toma un café y repasa un viejo cuaderno donde guarda centenares de hojas con chistes y entradas cómicas que usó con frecuencia como artista circense durante más de ocho décadas.

«Observo una página y comienzo a repetir todo el chiste de memoria», dice en su casa de madera y techo de zinc en una barriada del sur de Lima donde vive con su mujer.

Su nombre artístico es «Pitito» y comenzó a pintarse la cara a los tres años junto a su padre, el payaso «Chimenea», quien era propietario de un circo de 600 sillas con el que recorrió la costa del Pacífico, los Andes y la Amazonía. «En el circo de mi padre hacía de payaso, mago, equilibrista, trapecista, zanquista, electricista y pintor», dice.

También alternaba en otros circos extranjeros que llegaban en julio para el día de la fiesta nacional. El trabajo adicional le permitía juntar dinero para remendar y pintar la carpa de 14 metros de largo de su circo itinerante. Y, aunque le ofrecieron trabajo, jamás abandonó el negocio familiar.

«Trabajar en un circo te permite viajar por el país, conocer nueva gente, costumbres, comidas», dice. Farfán reflexiona sobre los cómicos peruanos del siglo XXI: «Son groseros y no saben divertir a las familias que pagan una entrada para eso».

En un ropero guarda sus pelucas, medias de colores y zapatones enormes. También tiene fotografías en blanco y negro tomadas hace medio siglo donde está vestido como equilibrista. «Era capaz de dar tres saltos mortales consecutivos, era muy ágil, ahora de tantos saltos y caídas me duelen las articulaciones», afirma.

Cuenta que para no perder la costumbre, algunas tardes se viste de payaso y actúa frente a su esposa, su única espectadora. La última semana, cuando cumplió 91 años, en la estrecha sala de su casa actuó para algunos familiares y los hizo reír. «Los empresarios creen que un payaso anciano no puede hacer reír, eso no es cierto», afirma.

Sus cuatro hijos le han pedido que se jubile, que descanse, «que ya no haga nada». «Dicen que si salgo de la casa los carros me puede atropellar en la calle, que algo me puede pasar». Para Farfán el pedido es «imposible de cumplir».

«Solo dejaré de ser payaso el día que me muera», concluye.

Fuente: El Nuevo Herald
Artículo en http://www.elnuevoherald.com/noticias/mundo/america-latina/article9655070.html#storylink=cpy