Una incipiente generación de clowns se ha puesto a revisar un oficio que se arriesga a quedar descabalgado de un mundo que galopa a velocidad de gigabyte. Para frenar su declive, los artistas están conquistando nuevos públicos y escenarios, feminizando su discurso y explorando otras vías para hacer reír. ¿Lo lograrán?

25/12/2016 Texto de Felip Vivanco y fotos de Mané Espinosa para el Magazine de La Vanguardia
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Recuerdos, libros, risas, muecas. El payaso está ordenando su vida esparcida por el carromato-biblioteca. El álbum de fotos que heredó de su padre, souvenirs de giras por cuatro continentes, recortes de diarios que cuentan que aterrizó fuera de la red a 80 km/h. Fue el hombre bala más famoso del planeta. “Regreso estruendoso de Luis”, titularon después del hospital. En una carpetita duerme su primer pasaporte, expedido en 1955, y con el que no se podía viajar a “las zonas de influencia soviética”. A sus 74 años, Lluís Raluy Tomás, Lluiset, referente circense donde los haya, sigue pintándose la cara de nácar, las orejas de rojo y la nariz con una mota de carmín. El del payaso es un oficio cargado de pasado que revolotea buscando su supervivencia en un mundo cada vez más hostil… ¿Dónde sonríe su futuro? En el caso de Raluy, la respuesta tiene la cara de sus hijas, dedicadas al oficio. Quién sabe si lo harán sus nietos que, fuera del carromato, corretean entre cuerdas que apuntalan la carpa.

“No sé si en un futuro cercano seguiremos, igual que tampoco sé si en 10 años habrá curas. Hace un tiempo era más optimista”, confiesa el showman Leo Bassi, que forma parte de una familia de clowns que lleva 170 años actuando de manera ininterrumpida

Desde hace casi dos siglos, los payasos preguntan al público el clásico “¿Cómo están ustedes?”. Ahora ha llegado el momento de preguntarles eso mismo a ellos. Subida al alambre, una incipiente generación de clowns está revisando la tradición, conquistando otros públicos y escenarios, cortejando artes alternativas, feminizándose y hasta cargando las tintas políticas. Y todo, para no caerse de un mundo desatado. Payasos de todas las edades y los orígenes analizan aquí el estado de su profesión. Unos creen que presenta pronóstico reservado, otros son algo más optimistas…

“Yo he conocido la decadencia de un arte que lucha por sobrevivir. Como todos los trabajos artesanos, este está en peligro. No sé si dentro de un tiempo seguiremos en esto, del mismo modo que no sé si en 10 años habrá curas o en 20 periodistas. Si me hubieran preguntado hace cinco años, habría sido más optimista, ahora no lo sé”. La reflexión es de Leo Bassi, el actor-bufón italoamericano afincado en Madrid, que nació por casualidad en Nueva York (los payasos nacen donde pueden) y que forma parte de una familia subida a los escenarios desde hace 170 años.

A su juicio, hay varios tipos de payaso: “El que hace fiestas de cumpleaños para niños, ahí hay un mercado. El clown con una función social y política; después está el contemporáneo que se acerca a la performance, como Slava Polunin, y, por último, quedamos los más clásicos. Yo prefiero estar ahí –admite– que en el club de la comedia, como los monologuistas arrodillados al poder”, suelta en uno de sus latigazos marca de la casa.

En la actualidad, Bassi es uno de los carapintadas más famosos de España con permiso de, por citar unos pocos, Pepe Viyuela, Pepa Plana o Jaume Mateu, alias Tortell Poltrona, renovador histórico del género y director de la Fira Internacional de Pallassos que se celebra cada dos años en Cornellà, Barcelona.

“Desde siempre –analiza Tortell–, cualquier tipo de actividad cultural requería de talento y esfuerzo, hasta que llegó Berlusconi con Telecinque y una cultura consumista. Eso ha obligado al clown a posicionarse, a buscar otros escenarios, incluidos los hospitales y los campos de refugiados. Yo soy optimista de cara al futuro”.

En su última edición, Cornellà reunió a popes como el estadounidense Jango Edwards o el argentino Chacovachi, pero también a clowns más jóvenes. Payasos que en lo artístico son trapecistas, siempre buscando el triple mortal de la risa, y en lo económico, malabaristas.

“Cuando me vine a Dinamarca hace unos años, en España se pagaba mejor, luego vinieron los recortes. Aquí no pagan tanto, pero todo es más estable”, cuenta Marta Carbayo, clown de Albacete afincada en Aarhus, que arranca risas con cualquier cosa, incluido su apellido real, Sánchez… “Lo de Marta Sánchez de nombre artís­tico no funcionaba, la gente veía el cartel y decía: ‘Ah qué viene la cantante’, y me veían y claro…”, ríe. Su aspecto es menos despampanante y tiene un aire entre Charlot y Lina Morgan, dos de sus referentes artísticos. “Yo iba para escenógrafa –revela–. Estudié Bellas Artes en Valencia. Mi padre, médico, me decía: ‘Cinco años de carrera para acabar de tirititera…’”.

El nuevo payaso apuesta por ser un trapecista en lo artístico, buscando el triple mortal de la risa, y a la vez, un malabarista que hace equilibrios económicos para llegar a fin de mes

“Yo iba para actriz, soy actriz, pero el clown me ha absorbido”, tercia Cristi Garbo, payasa y vedette que ya ha dejado huella en varios shows junto a Jango Edwards. “Te gusta tanto lo que haces que no te importa que haya tiempos malos, tiras adelante”, cuenta mientras hace las maletas para actuar en París.

Los que le vieron actuar en Cornellà aún se acuerdan de Gorka Ganso y su estrafalario personaje de Aníbal Maldonado, un hortera, idiota rematado, con el que no se puede parar de reír. “Al final, buscamos cualquier excusa para trabajar y estar con el público. La gente igual cree que el oficio está muerto porque algunos ya no vamos con la cara pintada o los zapatones, pero no es así”, cuenta este clown vasco. Ganso estrenó recientemente un espectáculo en su Durango natal como compañía residente, fórmula imaginativa para dinamizar la cultura de ciudades pequeñas y medianas.

Lola González es Lolita. Coral Ros es Corina. Juntas forman compañía y llevan de aquí para allá su espectáculo Las gallegas, una reflexión cómica sobre la muerte, un paso más en el repertorio del clown moderno. “Los actores tenemos que dedicarnos a serlo todo el tiempo”, expone Corina. “Nuestro futuro es incierto, igual que todas las profesiones culturales. Nos dedicamos en cuerpo y alma, pero a veces –reconoce Lola– estás meses sin bolos. Esto es una profesión de resistencia y hay momentos en que tienes ganas de tirar la toalla”.

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“El nuevo payaso ocupa cualquier espacio con el fin de provocar, denunciar o delirar. Los espacios ya fueron descubiertos, ahora sólo queda transitarlos”, recuerda el cómico argentino, gran renovador de la profesión. “La calle es difícil, tienes que calcular qué tipo de público tienes y adaptar el show”, ilustra Fanchulini. “Actuar en la calle es como saltar al ruedo, y a veces, pocas, te pilla el toro”, certifica Cristi Garbo. Lolita y Corina no suelen actuar fuera del teatro: sus espectáculos son a media luz y para un público adulto. “En su origen, el payaso no está dirigido a los niños, el acercamiento se produce en la segunda mitad del siglo XX”, apunta Proserpine. “Ese binomio niños-clowns va disipándose, y los espectáculos para adultos tienen más aceptación”, aporta Manuel González, director de la Feria de Teatro de Ciudad Rodrigo (Salamanca), que suele programar espectáculos de clown, aunque no haya muchas salas que lo hagan regularmente. Alfil en Madrid o Almazén en Barcelona son excepciones.

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De momento, los payasos mantiene el equilibrio en la cuerda floja, braceando para no caer en un mundo en el que ya no hay redes de seguridad para casi nadie.

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