Monti
(Catalunya, España)
Fue uno de los grandes payasos de la escena catalana de finales del siglo XX y principios del XXI.
Tenía 48 años cuando falleció, pero tuvo tiempo de renovar y devolver la dignidad perdida a la figura del clown, gracias a un conocimiento casi enciclopédico de la tradición del mundo del circo y a los distintos montajes que realizó dentro y fuera de la compañía que montó en 1996, Monti & Cia. En esos espectáculos, que le depararon más alegrías profesionales que crematísticas, se cuentan su debut con Monti & Cia, «Classics», en el que ya apuntaba maneras; el divertidísimo «Klowns», inspirado en su amada película «Los clowns» de Felllini, que pudo verse en el Lliure de Gràcia, y «Utopista», su creación más ambiciosa estrenada en el TNC en el que mezclaba el mito de Fausto con los de los dioses del Olimpo, convertidos aquella vez en todo tipo de payasos. En el 2009 estrenó en la Sala Muntaner la muy oscura, pero no por ello menos divertida, «Petita feina per a pallaso vell».
Monti llevaba el mundo del teatro en la sangre. Era hijo del también desaparecido Josep Montanyès, recordado director del Lliure y sobrino del actor Jordi Martínez, que trabajó con él en varios de sus montajes. Monti, fascinado por el mundo de circo desde niño, era un augusto de nariz roja y zapatones delicado e ingenuo y había aprendido la profesión con Tortell Poltrona y en su paso por la compañía Comediants. Y aunque no se hizo rico -¿qué payaso lo hace?- tuvo numerosos reconocimientos: como el Premio Especial de la Crítica de Barcelona para «Klowns» y un Premio Max en el 2001. También vinieron a buscarle desde Madrid para que fuera el primer director artístico del renovado Circo Price.
Nunca deberíamos tener que enterrar a un payaso. Los payasos no están hechos para morir. Existen para vivir vidas eternas en la pista alzando ante nosotros un espejo de lo más vital y arrebatado de nuestra naturaleza. Cuando muereun payaso se produce en el mundo un silencio de estupefacción, como cuando muere un niño o se estrella un pájaro contra la ventana. Joan Montanyès, Monti, falleció a los 48 años a causa de un cáncer. Era un payaso de pura cepa, de la estirpe de los Popov, de los Grock, de los Fratellini, vocacional desde la cuna, del que uno podía pensar que llevaba la nariz roja ya en el seno materno. Su personaje –aunque en el caso de los grandes payasos cabe hablar de verdadera identidad (él decía que en realidad era un payaso con una persona dentro)- era el augusto, el payaso gamberro, ingenuo, a la vez salvaje y tierno, opuesto siempre al payaso blanco, de cara enharinada, el racional, el listo. Monti era un augusto de la clase más amable y poética, un augusto ingenuo, con el corazón en los dedos, en contraposición al de su amigo Jaume Mateu, Tortell Poltrona, de la versión más destroyer del mismo payaso.
En cierta manera, Monti, fue el payaso oficial del Teatre Lliure, donde inició su carrera y estrenó algunos de sus espectáculos más recordados.
El escritor Guillem Jordi Graells, amigo de Pep Montanyès y que conoció a su hijo Monti desde niño y trabajó con él (adaptándole las entradas clásicas en su primer espectáculo, Klowns), me explicaba que cuando aún no levantaba un metro del suelo el chico ya quería ser payaso. Su primer traje de payaso se lo hizo y se lo regaló Fabià Puigserver. “La eclosión artística de Monti se produjo aquí en el Lliure, pero siempre fue una persona muy independiente y emprendedora”. El mundo del payaso y el circo es empresarialmente muy complejo y Monti se pilló varias veces los dedos en sus proyectos. “Era más entusiasta que calculador”, recuerda Graells. Nadie espera que los payasos sean grandes empresarios. Uno está tentado de decir: afortunadamente.
Monti, que era padre de cuatro hijos, vivió su enfermedad con gran indignación y empeñado en salir adelante, aunque desde el inicio el diagnóstico era malo. Afrontó el cáncer con gran entereza y en los últimos momentos aún seguía luchando. Su último día el hospital de la Vall d’Hebron, donde estaba internado y donde falleció, fue escenario de una escena inolvidable: decenas de compañeros payasos acudieron a orquestarle una ceremonia de despedida. Monti murió en el momento exacto en que todos los payasos que lo acompañaban fuera del Hospital le dedicaron unos segundos de risas y acto seguido un sentido aplauso, en ese preciso momento la linterna que sus familiares mantenian encendida en su habitacion y que se visualizaba desde fuera se apagó, y Monti se fue definitivamente entre aplausos. Un rito entre propiciatorio y de adiós que solo conocen en el fondo de su alma los propios payasos. Dicen que en el silencio reside la verdadera grandeza del clown, Monti ya ha entrado en esa última pista definitiva dejando atrás el gran eco de risas que despertó con generosidad a lo largo de su vida.
Fuente de los textos articulo de El Pais y artículo de El Periodico
Deja tu comentario
Debe iniciar sesión para escribir un comentario.